sábado, 26 de marzo de 2016

Juicio de los sueños

Me contaron una vez, que existe en las profundidades de los bosques de algún país olvidado por los infortunios del tiempo, un pequeño pueblecito que vive eternamente en otoño.

En sus calles de piedra suenan las sinfonías de los fríos y raudos vientos, sus casas blancas deshabitadas están casi completamente cubiertas por hojas de color café y restos de telarañas arrancadas por la furia de las lluvias.
Las enredaderas, el musgo y las raíces de los centenarios cipreses y olmos han invadido hasta el último recoveco. Desde las fuentes oxidadas hasta las anticuadas cocinas empolvadas. 

Dicen que solo los más ávidos exploradores son capaces de llegar hasta tan recóndito paraíso.
Dicen que se pueden contar con los dedos de una mano a los que vuelven.

Aterrorizados cuentan los traumatizados supervivientes como unos ojos rojos sangre pueden verse brillar en el interior de una cueva a las afueras del siniestro páramo.
Relatan como unos afilados dientes devoran a los que se acercan, no a todos; sí a la mayoría.

Lo más curioso de esta mentira de la razón, de esta realidad del corazón es que parece que esos pocos afortunados hayan sido elegidos para salvarse por el color de su alma, por la locura oculta en sus ojos. Todos ellos, todos, son luchadores de sueños.

Una leyenda encadenada en los corazones mayas susurra que se trata de una selva nacida en el caparazón de una tortuga gigante.

Una selva que crece a medida que aumentan los sueños surrealistas de las personas lo suficiente valientes para creer en ellos.
Una tortuga que se alimenta de la amargura de los descreídos que piensan que la magia ha muerto. 

Una fantasía real que condena el alma de la cordura. Un juicio de los sueños.

                                                                                                                Luz(LRG).





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